Oh María Inmaculada Asunta al cielo,
tú que vives bienaventurada en la visión de Dios:
de Dios Padre que te hizo alta criatura, de Dios Hijo que quiso
ser generado como hombre por ti y tenerte como madre,
de Dios Espíritu Santo que en ti realizó la concepción humana del Salvador.
Oh María purísima,
Oh María dulcísima y bellísima,
Oh María, mujer fuerte y reflexiva.
Oh María, pobre y dolorosa,
María, virgen y madre,
mujer humanísima como Eva, más que Eva;
cercana a Dios en tu gracia, en tus privilegios,
en tus misterios,
en tu misión, en tu gloria.
Oh María asunta a la gloria de Cristo en la perfección completa
y transfigurada de nuestra naturaleza humana.
Oh María, puerta del cielo,
espejo de la Luz divina,
santuario de la Alianza entre Dios y los hombres,
deja que nuestras almas vuelen tras de ti
deja que se eleven tras tu radiante camino
transportadas por una esperanza que el mundo no tiene, la de la dicha eterna.
Consuélanos desde el cielo, oh Madre misericordiosa,
y por tus caminos de pureza y esperanza guíanos un día al encuentro feliz contigo
y con tu divino Hijo nuestro Salvador Jesús. ¡Amén!
(San Pablo VI)